Es innegable que la especie humana deja marca.
Y considerando la que está dejando, es inevitable hacernos la pregunta sobre qué está mal en el mundo? ¿Qué hemos hecho mal y porqué?
Una rama actual del conocimiento, llamada Etnósfera, estudia en su globalidad todas las formas en que el ser humano imaginó el origen del mundo. Y de esta rama de la ciencia se desprende que no siempre fue todo como nos lo enseñaron.
De hecho, nuestra Ciencia, la occidental, dentro de la visión etnosférica, no es una verdad absoluta sino parte de otras formas de entender dónde estamos parados.
Nuestra Ciencia pensaba, hasta hace poco, que Plutón era un planeta, que el Universo era confiable y predecible y que los objetos separados funcionaban según leyes fijas en espacio y tiempo.
Hasta que llegó el Big Bang, los impredecibles agujeros negros, la ley del caos, los universos múltiples y la magia cuántica.
La otra parte de nuestra historia científica la escribió Darwin y de él aprendimos que todo se basa en un proceso de competencia por la supervivencia.
Concepto que derivó en nuestra cultura, por lógica, a honrar y premiar, por ejemplo, la competencia en los deportes, la educación y los negocios.
Con este mensaje heredado, fuimos hechos para competir y satisfacer nuestros propios deseos y sentir que existimos fundamentalmente como individuos singulares y secundariamente como seres sociales.
Y como vaso catalizador esto nos llevó a maximizar la tarea de ser más eximios consumidores que ciudadanos, considerando la economía y al mercado como dos de los factores más importante de nuestras vidas.
A estas alturas, seguramente nos estamos preguntando, ¿qué tienen que ver las marcas con todo esto?
Mucho, pero vamos por partes.
El marketing tradicional, imbuido en estos preceptos desde su nacimiento, nos ofreció la consigna de que adquisición y felicidad, son sinónimos. Por lo tanto de esto se podría colegir que si un objeto te hace feliz, 10 objetos tendrían que hacerte 10 veces más feliz y así progresivamente. Pero no es la realidad, sino un gran problema, ya que nuestra manera de competir por los recursos y hacer negocios a costa de todo, está afectando severamente al mundo.
Varios pensadores están pregonando que estamos enfrentándonos al límite del crecimiento y que o nos reinventamos de manera sostenible o nos extinguiremos.
Pero para no sucumbir ante tan catastrófico y posible final debemos cuestionarnos profundamente si la naturaleza básica de la humanidad es dominar o cooperar.
Volvamos a las fuentes, es decir a las culturas milenarias y a la propia naturaleza.
Curiosamente, dentro de los preceptos que comunican estos pueblos antiguos, es que en sus culturas el mayor valor social siempre es la cooperación y la competencia ocupa un valor muy bajo.
Pero este dato no coincide con la ciencia evolutiva darwiniana! ¿Nos habremos perdido algo?
Algo fundamental:
Cuando él escribió el Origen del Hombre, mencionó la palabra «Supervivencia del más apto» solo 2 veces, mientras que mencionó la palabra «Amor» 95 veces. También escribió mucho sobre conciliación, cooperación y amor. Y no dejó de recalcar que si bien no eramos tan rápidos, fuertes o con grandes garras como muchos animales, los humanos evolucionábamos por nuestra capacidad de cooperar y cuidar a los otros, ya que la compasión es el instinto más fuerte de la naturaleza humana.
¿Increíble? Si, pero como un delgado hilo de agua que llega a un gran río, esta vivisección de sus observaciones nos lleva a contar con una información científica donde hasta imaginamos a los fuertes cavernícolas pisotear a diario a los más débiles.
Pero en realidad llegamos hasta acá, porque la colaboración se impuso siempre a la individualidad, a lo largo y largo de generaciones.
La otra fuente para entender por qué en nuestra cultura occidental embanderamos la competencia, proviene de la misma naturaleza. Nos dijeron y demostraron en infinidad de tediosos documentales que el orden natural Darwiniano en ella es el imperio de los dientes y las garras.
Pero, una vez más, la realidad parece ser otra.
Hace poco unos científicos pusieron a prueba la hipótesis que devino luego en Dictadores, Reyes y Tiranos: en toda sociedad animal hay un macho Alfa al que todos deben obedecer, inclinarse y dejarse guiar.
Estudiaron una manada de Ciervos por largo tiempo y descubrieron que decisiones como a que abrevadero ir, riesgo mediante de predadores o hambrunas por las distancias, era tomada por más de la mitad de la manada y no solamente por el macho Alfa. Y así todos los días. Lo mismo con los cardúmenes de peces, las bandadas de pájaros, insectos y hasta en los mismos primates.
Cada animal con su elección diaria, vota. Y la suma de votos los lleva a una decisión comunitaria. La naturaleza inventó la democracia mucho antes de lo que pensaban nuestros brillantes políticos.
“Somos porque pertenecemos”, dice el brillante pacifista Desmond Tutu. Y continúa: “todos dependemos de todos. Un ser humano completamente solo, no existe”.
Mientras tanto, desde la neurociencia comienzan a llegar buenas noticas para la colaboración y malas para el individualismo. Resulta que tanto los grandes primates como los humanos tenemos un efecto espejo en las neuronas. Es decir que si ves a alguien sufriendo, lo sientes tú. A un nivel neuronal, estamos preparados a sentir lo que otra persona siente. Llamémosla empatía primordial. Y es justamente esta empatía o emoción primordial la que nos vincula desde siempre con los demás.
El corazón, si, ese músculo sensiblero, también nos está dando grandes indicios. En el Heartmath Institute descubrieron, monitoreándolo, que los estados compasivos, de empatía y de amor, son los más saludables para los seres humanos.
Colaborar, abrazar y amar, nos produce una íntima satisfacción y bienestar, porque así fuimos hechos. Está en nuestro ADN. Y tarde o temprano, esta esencia va a aflorar.
Desde el Big Bang, hasta los pueblos ancestrales, desde Darwin hasta la democracia de la Naturaleza, hemos recorrido muchos caminos para llegar a una pregunta fundamental:
Si la creciente tendencia es reconvertir nuestro pensamiento y actuar, compensando lo competitivo con lo cooperativo, ¿en qué estadio están hoy las marcas?
Si ellas son una extensión visible de las personas y las organizaciones que la componen, ¿qué exigencias tendrán las marcas hacia el futuro? ¿Cómo actuarán frente a esta nueva realidad? ¿responderán a su ADN más profundo?
Temas acuciantes como hambre, pobreza, guerras, destrucción de la naturaleza están ya en la agenda de cualquier ciudadano común. Y él, también espera respuestas de las marcas.
Algunos indicios comienzan a brotar de los Prosumidores, de marcas Sustentables o Colaborativas como Airbnb, Afluenta, Uber y también de las de Códigos abiertos. Por ejemplo a través del proyecto social Limbs, ya cualquiera puede, de forma totalmente gratuita, bajar un molde para la impresión 3D de una prótesis. Beneficiando así, en un futuro muy cercano, a cientos de miles de personas carenciadas, las que podrán obtener su prótesis en 30$US, contra unos 600$US que cuestan en la actualidad.
Todo este movimiento, indica que de acá a un tiempo relativamente corto, las marcas van a tener que tener una inserción social mucho más activa e incluyente que en la actualidad, o quedarán en el pasado.
¿Seguirán siendo competitivas? Seguramente, pero ¿cómo?
¿Deberán ser más colaborativas? Seguramente, pero ¿cómo?
Está abierto el debate. Lo que es seguro es que ninguna marca podrá mantenerse o sobrevivir, si se mantiene neutral.
Y esto, es parte de una utopía que comienza a evolucionar.
A las que ya lo están haciendo, aquí nuestro elogio.