Esta espectacular niña argentina de 6 años, que hace preguntas impertinentes, habla de la guerra, denuncia la explotación y la tiranía del consumo, protesta por la actitud indolente de los dirigentes, se queja de todo y tiene dolor de «mundo», cumple medio siglo. Esta es la noticia del año en el mundo de noveno arte. Y lo es porque sus historias se editan y reeditan en todo el planeta desde hace 50 años con un éxito que no parece disminuir. Su creador, el argentino Joaquín Salvador Lavado Tejón, Quino, desarrolló la historieta durante diez años, entre 1964 y 1974, fecha en que consideró agotado el personaje. Lo increíble es que durante los siguientes 40 años Mafalda se mudó del papel periódico, a los libros de cuento finamente editados, luego al cine y hoy inunda las redes sociales.
En simples líneas negras, con colores básicos o en los Quinoscopios grabados en La Habana, Mafalda se las ha ingeniado para surfear a través del tiempo y ser la eterna niña de clase media, que protesta todo el tiempo, no se cansa de denunciar y sobre todo, odia la sopa. «Mafalda, 50 años odiando la sopa,» es un título pobre para la tragedia que padecía esta chiquita. Creo que su odio por la sopa la convirtió en un fenómeno global y creo que el odio por la sopa la mantiene vigente entre las nuevas generaciones. Yo confieso que tomo sopa, seducida por las ideas de un médico macrobiótico, pero en realidad , no me gusta, la sopa es horrible, sobre todo porque es imposible saber qué le pusieron adentro las mamás. Mafalda tiene toda la razón en odiar la sopa y yo en desconfiar de mi adorada madre. Me uno a la pequeña y denuncio: «la sopa es el arma secreta con la que millones de madres de todo el mundo someten a sus hijos».
No deje de ver este Quinoscopio
Volviendo a la noticia, el cincuentenario de Mafalda fue el tema central de la 41 edición del Festival Internacional del Cómic de la ciudad francesa de Angulema, la muestra más importante de Europa de la industria de la historieta. Durante este festival, que atrajo más de 200 mil personas, «Astérix y los pictos» se consagró como el libro más vendido en Francia en 2013, con 1.287.500 copias y el estadounidense Bill Watterson, creador de «Calvin & Hobbes» se alzó con el primer lugar, arrebantándole los honores al japonés Katsuhiro Otomo, padre de «Akira» y al británico Alan Moore, dueño de «Watchment».
En ambos casos, tanto en «Calvin», como en «Mafalda», sus creadores dejaron de dibujar sus personajes tras una década, argumentando que ya no tenían nada más que decir. En diez años, ambos crearon íconos eternos, cada uno con una receta de mercadeo diferente. Mafalda, hace parte de la escena popular. Es vendida en librerías y es convertida en todo tipo de mercancía; se roba la calle Corrientes y se pelea con el tango, el Malbec y los alfajores Havanna, un espacio en la apretada billetera de los turistas que visitan Buenos Aires. Calvin, un creativo niño de 6 años y Hobbes, su sarcástico tigre de peluche, han vendido más de 30 millones de libros sin una camiseta, porque su creador odia el merchandising. Debo aclarar que ambos creativos trabajaron para la industria publicitaria.
Mafalda es excesivamente pesimista y es holística en su pesimismo: todo está mal. En cambio sus amigos recorren emociones muy puntuales. Felipe es el eterno enamorado, tímido e incapaz de soltarse. Manolito, es tonto de nacimiento, bueno para las cuentas y para desarrollar su odio a los Beatles. Susanita es la que quiere salir de su clase y está obsesionada con casarse y tener muchos hijos. Guille despliega su inocencia en cuestiones sin sentido. Libertad, la última del grupo, se debate entre su pasión por lo simple y su discurso complejo. La familia de Mafalda es la típica de clase media: su padre trabaja en seguros, cumple con llevar todo lo que haga falta, pero ni siquiera tiene nombre. Su madre, con quien tiene sus grandes argumentos, es una frustrada ama de casa que nunca terminó sus estudios. Y Guille, su hermanito, es el personaje tierno de la historieta, el eterno chiquitín, colado en las reuniones de los amigos de «Mafaddita», como le dice a su hermanita.
Quino, su creador, a quien vemos sentado junto a su «eterna niña», parece reconocer que haga lo que haga, ninguno de sus personajes creados en 50 años de oficio, logrará el mismo éxito. Él mismo no se lo explica. «Los mismos temas que le preocupaban a Mafalda y que me preocupan a mí, han aparecido durante décadas en las páginas de humor del Clarín». Pero la gente, recuerda sólo uno: Mafalda.
«Muchos creen que Mafalda me persigue, pero no, sólo me acompaña. En mí no se da esa fábula de los celos entre el autor y sus personajes».
NOTA: Las ilustraciones de este artículo, fueron tomadas de la página oficial de Quino, y de documentos públicos no protegidos.