En 1969, Philip Zimbardo, sicólogo social, profesor en la Universidad de Stanford e investigador del comportamiento, realizó un experimento que daría lugar -años más tarde- a que James Wilson y George Kelling propusieran una de las teorías sociales más disruptivas de los últimos tiempos: la “teoría de las ventanas rotas”.
El experimento de Zimbardo fue el siguiente: dejó dos autos idénticos abandonados en dos lugares antagónicos, uno en el Bronx, en ese entonces un barrio pobre y peligroso; el otro, en Palo Alto, California, rico y tranquilo vecindario californiano. En pocas horas, el vehículo dejado en el Bronx fue vandalizado y desmantelado. El auto de Palo Alto, se mantuvo intacto durante toda una semana, al cabo de la cual, los investigadores decidieron agregar un detalle a su investigación: rompieron uno de los vidrios del carro californiano. A las pocas horas, el automóvil quedó en condiciones muy similares a las de su hermano del Bronx.
Conclusión. La pobreza no es necesariamente el detonante de conductas delictivas. Según Zimbardo, esta tiene que ver con la sicología humana y las relaciones humanas. “Un vidrio roto transmite la idea de deterioro, desinterés y despreocupación, lo que provoca la destrucción de los códigos elementales de convivencia. Las normas y reglas pierden todo su valor y las conductas delictivas empeoran hasta volverse incontenibles.”
En el mismo orden de ideas, la “teoría de las ventanas rotas” hace énfasis en que el delito es mayor en zonas donde el descuido, la suciedad y el desorden son mayores.
Si en el barrio una casa comienza a deteriorarse o es abandonada y nadie toma cartas en el asunto, pronto el deterioro se expandirá. Si los ciudadanos cometen pequeñas faltas como estacionarse donde está prohibido o pasarse un semáforo en rojo y no son sancionados, la sensación de impunidad se hará presente cada vez con más vigor y al final esos respetables ciudadanos del común terminan convirtiéndose en delincuentes.
En 1985, George Kelling, co-autor del libro, fue contratado como consultor por el Departamento de Tránsito de New York y para probar su teoría, empezó por el Metro, su sistema de transporte masivo. Allí combatió a los ladronzuelos, ebrios, infractores, suciedad y, muy especialmente, a los “grafiteros” que se habían tomado el sistema. Durante los siguientes cinco años, el sistema Metro fue limpiado línea por línea y coche por coche. Los resultados fueron tan notables que Kelling volvió a ser contratado como consultor esta vez por los departamentos de policía de Los Ángeles y Boston.
Posteriormente, en 1993, el famoso alcalde de la ciudad de New York, Rudolph Giuliani, decidió basarse en esta teoría para salvar a la “gran manzana” que, víctima de la delincuencia, el desorden y la suciedad, se estaba pudriendo. Promovió vehementemente sus políticas “tolerancia cero” y “calidad de vida” con resultados exitosos.
A esta altura, es posible que muchos lectores hayan repasado mentalmente el estado de las ciudades en que habitan y realizado las inevitables comparaciones. Y es que quiénes somos y el tipo de ciudad que habitamos están íntimamente relacionados. La posibilidad de que las expresiones culturales que nos unen tengan lugar, depende del espacio y la seguridad que nos brinden nuestras ciudades. Tanto la repetición de grandes eventos sociales masivos como la de los pequeños rituales urbanos cotidianos, construyen el alma de una sociedad y por extensión lógica, del lugar que habita.
Es imposible crear una Marca Ciudad que logre la necesaria convocatoria ciudadana, si la ciudad es territorio de nadie.
En los últimos años he sido testigo de la creación de varias marcas ciudad y en todos los casos, el resultado fue, por decir lo menos, anodino. Me atrevo a pensar que la razón de ello es que los responsables se aseguraron de tener un buen diseño gráfico y una frase más o menos invitadora, pero se olvidaron de lo más importante: el alma. O para hablar en términos más “profesionales”, la esencia de sus ciudades. Y esa esencia viene de lo que los ciudadanos viven a diario en las calles y en el transporte público, llámese Metro,Transmilenio, Metrobus, Subte, Metropolitano, Tranvía, Metrocable o Colectivo.
Fachadas libres de horrorosos e incomprensibles “graffitis”; andenes amplios, limpios y en buen estado; parques iluminados y bien cuidados; señalización urbana clara y abundante; conductores y peatones respetuosos de las normas; convivencia armónica, urbanidad. Eso es la mejor marca que una ciudad puede mostrar. Los símbolos gráficos llegan por añadidura.